El contacto directo con la naturaleza favorece la autonomía, la
creatividad, el interés por aprender y la salud tanto física como mental en los
niños y niñas. La sociedad debería asumir el reto de hacer posible ese
contacto.
En 2005 el periodista y escritor
Richard Louv publicó el libro "Last child in the woods" -El último niño
en los bosques-, que ya ha sido traducido a 9 idiomas en 13 países y va camino
de convertirse en un best seller de educación ambiental, cosa poco común en los
tiempos que vivimos. En su libro, Louv arremete contra las sociedades que han
dejado de lado la importante relación entre el ser humano y su entorno natural,
dificultando que los niños y niñas puedan estar en contacto con la naturaleza
tanto en la escuela como en su tiempo de ocio. Este hecho causa, según Louv,
problemas de falta de autonomía, creatividad, capacidad para
concentrarse, calmar los ánimos e incluso sobre la salud. Denomina a
este fenómeno "trastorno por déficit de naturaleza", un concepto del que se está
hablando mucho y que ha generado ya conferencias, artículos en revistas y
prensa, grupos de trabajo e incluso organizaciones
que buscan promover esa relación perdida entre naturaleza e
infancia.
Desde luego habrá grandes diferencias en este déficit entre las sociedades
industrializadas y las que no lo están, y entre los entornos rural y urbano,
pero en cualquier caso esta carencia se debe principalmente a dos factores
independientemente del lugar donde nos encontremos: el cambio de paradigma en
cuanto al juego -qué, cuándo y cómo deben jugar los niños y niñas-, y la pérdida
o degradación de espacios naturales.
El cambio de paradigma en cuanto al juego
Cuando los niños y niñas están en un entorno natural, lejos de los juguetes
de su habitación y de la enorme lista de posibilidades que les ofrece la
sociedad actual para entretenerse, también juegan. Pero el juego es radicalmente
distinto. Es desestructurado y autónomo. No hay juegos dirigidos en la
naturaleza, la libertad es absoluta. Los palos, ramas, piedras,
montículos, tierra, caminos, insectos, huellas, escondrijos y recovecos de un
bosque o un parque, no tienen instrucciones de uso. Los espacios naturales
además cuentan con una serie de características que favorecen el juego libre, la
creatividad y el desarrollo de las emociones, las capacidades físicas y
cognitivas: son espacios abiertos en los que correr y poner en marcha los
músculos del cuerpo saltando, trepando, agachándose, subiendo y bajando; son
espacios saludables donde no llegan o llegan atenuados el
polvo, el ruido y el humo del tráfico; son espacios que favorecen el uso
de todos los sentidos para comprender y asimilar el entorno, no invitan
a que la atención se focalice en un único punto como ocurre por ejemplo cuando
los niños y niñas ven la televisión; son espacios de vida,
donde todo está interconectado mediante las leyes de la física y la biología en
un delicado equilibrio del que el ser humano forma parte; en un espacio natural
hay respeto absoluto en cuanto a las necesidades de cada cual.
¿Que lo tuyo es trepar a un árbol? Adelante, ¿Que prefieres entretenerte
deshojando una margarita tranquilamente? Muy bien. No hay una pauta para
desarrollar la tarde, no se dirige el juego. Y se juega. Y se aprende. La niña
que trepó al árbol puso en marcha su destreza física, pero también sospesó en
todo momento los límites de cada rama para sostenerla y se enfrentó a sus
propios límites. El niño que prefirió deshojar la margarita pasó un agradable
rato consigo mismo y comprendió enseguida las partes de la flor, aunque no las
sepa nombrar aún.
Es un hecho que en nuestra sociedad han cambiado muchas pautas en cuanto al
juego, desde aquellos tiempos en que jugaban nuestros abuelos. En su época nadie
les decía a qué tenían que jugar después de la escuela. Ahora las
familias en muchas ocasiones dirigimos el tiempo de nuestros hijos e
hijas cada tarde: los lunes música, los martes piscina, los miércoles
inglés, los jueves ballet... y el viernes libre, si el niño tiene un poco de
suerte o los padres no pueden permitirse más actividades extraescolares. Por su
bien, para facilitarles un futuro prometedor, una inteligencia o habilidad
deportiva sobresaliente o simplemente porque tenemos que trabajar.
Las ciudades crecen, los pueblos se despueblan, y las calles no son lo que
eran. Ahora muchas personas tienen vehículo propio para poder cubrir la
distancia que les separa del trabajo cada día, lo que lleva a un incremento del
tráfico y a laordenación de las ciudades en función de las necesidades de los
automóviles antes que de las personas. En este sentido es muy interesante el
trabajo de Francesco Tonucci, psicopedagogo
italiano que aborda la cuestión de la falta de libertad de los niños y niñas
para moverse y hacer uso propio -como parte de la ciudadanía que son- de su
ciudad.
Existe una corriente de pensamiento en el ámbito de la pedagogía que se viene
desarrollando en los últimos años, pero que en realidad tiene su origen en los
inicios de la pedagogía precisamente, que aboga por el juego
libre3 para favorecer el desarrollo de los niños y niñas a
todos los niveles: cognitivo, emocional y físico. El juego libre es la base del
trabajo de María Montessori (1870-1942), Paolo Freire (1921-1997) o Rebeca Wild
(1939-).
Los espacios naturales
Las zonas verdes favorecen que los niños y niñas disfruten de espacios
naturales, pero también mejoran la calidad de vida de toda la ciudadanía
y la habitabilidad de las ciudades. La lista de funciones
que desempeñan las llamadas zonas verdes en la ciudad es muy larga: zona de
esparcimiento para pequeños y mayores, gimnasio gratuito al aire libre, espacio
de encuentro y comunicación entre las personas del vecindario, control de la
contaminación del aire, acústica y visual, sumidero de CO2, o control de
avenidas e inundaciones.
Está empezando a ser habitual que en los parques infantiles la tierra se haya
sustituido por caucho para suavizar los golpes contra el suelo y facilitar la
limpieza. Lo más triste del caso es que las familias prefieren el caucho antes
que la tierra para el juego de sus hijos e hijas: basta con que introduzca en un
buscador "parques de tierra o de caucho" para que salten 485.000 resultados en
los que mayoritariamente las familias que opinan se decantan por un parque
aséptico del que los niños puedan volver a casa con la ropa limpia. Un parque de
caucho es un parque con menos árboles (o encauchados también), sin piedras, sin
arena, sin charcos, sin hormigas, sin arbustos que puedan convertirse en casitas
para jugar, sin vida.
La educación ambiental
Además de su tiempo de ocio, los niños y niñas tienen su tiempo de escuela.
La educación ambiental se sitúa como material transversal al mismo nivel que la
educación para la paz, la educación cívica y moral o la afectivo-sexual. Aunque
nos felicitamos por este avance, la educación ambiental que se hace en
la escuela suele ser "de interior": ocurre a menudo que el profesor no
tiene tiempo de sacar a su alumnado al campo, la elevada ratio en las aulas
dificulta la realización de excursiones, o incluso es imposible realizar
desdobles en las clases de ciencias para las prácticas de laboratorio porque en
la escuela pública faltan personal y recursos.
En el ámbito de la escuela la importancia del contacto con la naturaleza
comienza a abrirse paso en forma de talleres sobre agua, biodiversidad, energía
y reciclaje, o con iniciativas como las de huertos escolares,
espacios vivos y compartidos donde los niños y niñas se implican directamente en
el cuidado de las plantas, comprenden los ciclos biológicos porque los ven
suceder, y se favorece el respeto por la naturaleza que nos alimenta. Hay
multitud de documentos e información en las bibiotecas e internet acerca de cómo
poner en marcha una iniciativa de este tipo en casa o en la escuela,
y sobre los beneficios que tiene para los niños y niñas ocupar su tiempo en un
huerto.
Todas las personas que tenemos la suerte y la responsabilidad de acompañar en
su desarrollo a los niños y niñas, deberíamos pararnos un momento a reflexionar
sobre la importancia de facilitarles estar en contacto directo y libre con la
naturaleza, de pasear por un bosque, buscar huellas en la nieve, pisar charcos,
jugar entre los arbustos del parque y llenarse los bolsillos de piedras.
Nada más... y nada menos.
Aurora Lázaro Melero. Terrativa S. Coop. Mad.
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