Cuando iba a ser mamá por primera vez, me dieron un montón de consejos. Pero,
hasta hace unos pocos años, no hubo nadie que me comentara que querer a un niño
significa querer lo mejor para él a largo plazo.
Cuando mis cuatro hijas eran pequeñas, el largo plazo no entraba en
mis planes. Lo único que importaba era sobrevivir, cubrir las necesidades
diarias y evitar que nos llegara el agua al cuello.
Sin embargo, ahora que mis hijas están madurando, parece que la niebla va
despejándose. Ya no soy una advenediza, sino una adoctrinada más del club. Lo
bueno que tiene esta fase es que mis hijas ahora quieren pasar más tiempo
conmigo. Tenemos conversaciones reales que revelan una personalidad poderosa. Lo
de que duerman toda la noche del tirón también ayuda. Puedo pensar las cosas con
coherencia y tomar mejores decisiones sobre su educación.
Ahora, tengo más en cuenta la idea de a largo plazo. Pienso en el
tipo de personas adultas en las que espero que mis hijas se conviertan, y para
eso, siempre me pregunto: "¿Qué puedo hacer hoy para fomentarlo?". Ser
consciente de su futuro ha cambiado mi paradigma como madre, porque lo
que hacía felices a mis hijas cuando tenían 10 o 15 años no es exactamente lo
mismo que las hará felices con 25, 30 o 40 años.
Hace tiempo, me topé con algunos artículos y libros interesantes que
examinaban lo que los psicólogos observan en la actualidad: cada vez más
veinteañeros están
deprimidos y no saben por qué. Estos jóvenes adultos afirman que su infancia
fue espectacular. Sus padres son sus mejores amigos. Nunca han experimentado una
tragedia en sus vidas ni nada que se salga de cualquier decepción habitual.
Pero, por alguna razón, son infelices.
Una de las razones que se dan es que los padres de hoy en día se precipitan
enseguida. No queremos que nuestros hijos se caigan, por lo que, en vez de
dejarles que experimenten la adversidad, les allanamos el camino. Apartamos
cualquier obstáculo con tal de hacerles la vida más fácil. En cambio, la
adversidad forma parte de la vida, y nuestros hijos tendrán que enfrentarse a
ella si queremos que desarrollen habilidades que serán necesarias para que
continúen su camino. Así que, aunque parece que les estemos haciendo un
favor, en realidad les estamos obstaculizando el camino, su crecimiento. Estamos
anteponiendo las recompensas a corto plazo sobre el bienestar a largo plazo.
"Tus hijos no tendrán éxito gracias a lo que hayas hecho por ellos, sino
gracias a lo que les hayas enseñado a hacer por sí mismos". Ann
Landers
En este artículo se menciona que muchos decanos utilizan el apodo de "tazas de
café" (por su fragilidad ante cualquier contratiempo) para referirse a los
chicos recién llegados a la universidad. La pregunta es la siguiente: "¿Acaso
estamos impidiendo que nuestros hijos sean felices de mayores por el hecho de
protegerles de la infelicidad cuando son pequeños?".
Esta es la respuesta del psiquiatra Paul Bohn:
Muchos padres hacen lo que sea con tal de evitar que sus hijos sufran
cualquier tipo de incomodidad, ansiedad o decepción; cualquier cosa poco
agradable. Y, como consecuencia, cuando se hacen adultos y experimentan las
frustraciones normales de la vida, piensan que el mundo se les viene encima, que
hay algo que va mal, muy mal.
Estoy compartiendo esta información con vosotros porque creo que tiene mucha
relevancia en esta época de sobreprotección parental. Aunque me parece muy bien
que los padres de hoy en día se impliquen más en la vida de sus hijos, esta
implicación no debería extralimitarse. Lo que a veces se define como señal de
ser buen padre puede resultar nocivo para nuestros hijos cuando pase un
tiempo. Es necesario que seamos conscientes de ello; si no, estaríamos
complicando sus vidas aunque nuestro fin sea justo lo contrario.
Mi filosofía favorita sobre la paternidad dice así: "Prepara a tu
hijo para el camino, no el camino para tu hijo".
Dicho esto, he elaborado una lista con los diez errores más comunes que
cometen los padres en la actualidad (incluyéndome a mí). No tengo la intención
de señalar con el dedo a nadie, sino de que la gente tome conciencia. Lo que se
inculca en nuestra cultura no siempre es lo mejor para nuestros hijos.
Error nº 10: Adorar a nuestros hijos. Muchos de nosotros
vivimos en comunidades que se desviven por los hijos. Los estamos criando en
hogares completamente centrados en ellos. A nuestros hijos les encanta, claro
está, porque nuestras vidas giran en torno a ellos. A la mayoría de nosotros
tampoco nos importa, porque su felicidad es la nuestra. Nos entusiasma hacer
cualquier cosa por ellos, comprarles cosas, cubrirles de amor y de
atenciones.
No obstante, creo que es importante tener en cuenta que nuestros hijos han
sido creados para ser amados, no idolatrados. Por tanto, cuando les tratamos
como si fueran el centro del universo, creamos un falso ídolo. En vez de un
hogar centrado en los niños, deberíamos intentar centrarnos más en el amor. Así,
nuestros hijos se sentirán queridos, pero entenderán que en el amor, el
altruismo va por encima del egoísmo.
Error nº 9: Creer que nuestros hijos son perfectos. Una cosa
que suelo oír de los profesionales que trabajan con niños (orientadores o
maestros) es que los padres de hoy en día no quieren oír nada negativo sobre sus
hijos. Cuando se menciona la palabra preocupación, o problema, la reacción suele
ser atacar al mensajero.
La verdad a veces duele, pero cuando escuchamos con la mente y el corazón
abiertos, nos mostramos dispuestos a mejorar. Así, podremos intervenir antes de
que la situación se nos vaya de las manos. Es más fácil tratar a un niño
problemático que reparar a un adulto destrozado.
Una psiquiatra del centro médico Children's of Alabama me contó hace poco que
en la depresión adolescente, resulta clave intervenir con rapidez, puesto que se
puede actuar sobre la trayectoria de la vida de un niño. También me dijo que
este es el motivo por el que disfruta de la terapia de niños y adolescentes,
pues los niños son resilientes, y es mucho más fácil intervenir de forma
efectiva cuando aún son jóvenes, ya que cuando el problema continúa durante
muchos años se incorpora como parte de la identidad de la persona.
Error nº 8: Vivir a través de nuestros hijos. Los padres nos
sentimos muy orgullosos de nuestros hijos. Cuando consiguen algo, nos hace más
felices que si lo hubiéramos conseguido nosotros mismos.
Lo cierto es que si nos implicamos demasiado en sus vidas, nos resultará más
complicado ver dónde acaban ellos y dónde empezamos nosotros. Cuando nuestros
hijos se convierten en una extensión de nosotros, puede que los veamos como
nuestra segunda oportunidad. Pero, no se trata de ellos, sino de nosotros. Llega
un momento en el que su felicidad empieza a confundirse con la nuestra.
Error nº 7: Tratar de ser el mejor amigo de nuestro hijo.
Cuando le pregunté a un sacerdote cuál era el mayor error que cometen los
padres, estuvo pensándolo un momento y luego contestó: "El problema ocurre
cuando los padres dejan de ser padres y no son capaces de asumir sus
responsabilidades, aunque a veces cueste".
Como todo el mundo, quiero que mis hijos me quieran. Quiero que reconozcan
mis méritos y me tengan cariño. Pero si quiero hacer bien mi trabajo, tengo que
aceptar que se enfaden y que a veces no les gusten mis decisiones. Pondrán los
ojos en blanco, se quejarán y desearán haber nacido en otra familia.
Pero, tratar de ser el mejor amigo de tu hijo solo puede llevar a una
permisividad excesiva, y a que tomes decisiones desesperadas por temor a no
contar con su aprobación. Esto no es amor, sino necesidad.
Error nº 6: Entrar en una competición por ser el mejor
padre. Todos los padres llevan algo de competitividad en las venas. Lo
único que necesitan para despertar al monstruo es que otro padre ponga a su hijo
por encima del tuyo.
He oído muchas historias de este tipo que tienen lugar en patios de colegio;
historias de amistades rotas y traiciones en las que se entrometieron familias
completas y la cosa acabó mal. En mi opinión, el origen se encuentra en el
miedo. Tememos que nuestros hijos se queden aparte. Tenemos miedo de que, si no
nos ponemos serios e intervenimos para pararle los pies a cualquiera, se sumirán
en la mediocridad para el resto de su vida.
Creo que los niños tienen que esforzarse y entender que los sueños no se
cumplen así como así, que para ello tienen que trabajar y luchar. No obstante,
si fomentamos una actitud de ganar cueste lo que cueste y les
permitimos que empujen a otros niños para conseguir ser los primeros, la cosa se
nos está yendo de las manos.
Es verdad que en la adolescencia el carácter no nos parece tan importante; en
cambio, cuando somos adultos, el carácter lo es todo.
Error nº 5: Olvidarnos de lo maravilloso que es ser niño. El
otro día descubrí una pegatina de Tarta de Fresa en el fregadero, lo que me hizo
recordar la alegría de vivir con niños.
Llegará un día en que deje de haber pegatinas en el fregadero. Ya no habrá
Barbies en la bañera, ni muñecas en mi cama, ni Mary Poppins en el DVD.
Las ventanas estarán limpias, sin huellas, y la casa estará tranquila porque mis
hijas saldrán con sus amigos en vez de quedarse en el nido.
Criar a niños pequeños puede ser un trabajo duro y monótono. A veces, es tan
agotador física y emocionalmente que nos encantaría que se hicieran mayores
cuanto antes. Por otra parte, también tenemos curiosidad por saber cómo será su
crecimiento. ¿Cuáles serán sus pasiones? Como padres, esperamos poder descubrir
sus dones, para saber aprovechar sus puntos fuertes y animarles a que sigan por
la buena dirección.
Pero, cuando proyectamos su futuro, y nos preguntamos si ese gusto por el
arte le convertirá en Picasso, o si su voz melodiosa hará de ella una Taylor
Swift, podemos llegar a olvidarnos de disfrutar de lo realmente bueno: los
cuentos de antes de dormir, los pijamas de una sola pieza, las cosquillas en la
tripa y los gritos de alegría. A veces, nos olvidamos de dejar que nuestros
hijos se comporten como niños y disfruten de su infancia.
La presión sobre los niños comienza demasiado pronto. Si queremos echar una
mano a nuestros hijos, tenemos que protegerles de estas presiones. Hay que dejar
que disfruten y crezcan a su propio ritmo, así que, en primer lugar, deben
explorar sus intereses sin miedo al fracaso y, en segundo lugar, no tienen que
sentirse agobiados.
La infancia es un momento de juegos y de descubrimientos. Cuando metemos
prisa a los niños, les estamos robando una etapa inocente por la que nunca
volverán a pasar.
Error nº 4: Criar al hijo que queremos, y no al que tenemos.
Como padres, nos creamos una imagen propia de nuestros hijos. Esta imagen
comienza a confeccionarse en el momento del embarazo, antes incluso de saber el
sexo del bebé. En secreto, deseamos que el niño se parezca a nosotros, pero un
poco más inteligente y con más talento. Queremos ser su ejemplo, y modelar su
vida siguiendo el patrón de la nuestra.
Sin embargo, los niños suelen seguir su propio modelo y, además,
desconfiguran los nuestros. Al final, son como nunca los imaginamos. Nuestro
trabajo consiste en descubrir sus dones innatos, y en tratar de guiarlos por el
buen camino. Ante todo, inculcarles nuestros propios sueños no va a funcionar.
Solo si entendemos quiénes y cómo son, podremos tener un impacto en sus vidas.
Error nº 3: Olvidar que los hechos pesan más que las
palabras. A veces, cuando mis hijas me preguntan algo, me dicen: "Por
favor, responde en una frase". Me conocen bien, y saben que aprovecho cualquier
lección de la vida diaria y la convierto en un momento de aprendizaje. Quiero
que tengan sabiduría, pero de lo que a veces me olvido es de que mis ejemplos
ensombrecen mis palabras.
Cómo respondo al rechazo y a la adversidad... Cómo trato a mis amigos y a los
desconocidos... Si me peleo con su padre o si nos apoyamos mutuamente... Ellas
se dan cuenta de todas estas cosas. Y mi actitud les da permiso para comportarse
de la misma manera.
Si quiero que mis hijas sean maravillosas, yo también tengo que aspirar a lo
mismo. Tengo que ser la persona que espero que sean ellas.
Error nº 2: Juzgar a otros padres... y a sus hijos.
Independientemente de lo mucho que difieras en la forma de educar que tienen
otros padres, no es tu misión juzgarlos. Nadie es completamente bueno
ni completamente malo; todos somos un poco de todo, todos luchamos
contra nuestros propios demonios.
Personalmente, tiendo a ser más benevolente con otros padres cuando yo lo
estoy pasando mal. En los momentos en que los niños me lo ponen difícil,
entiendo el comportamiento de muchos padres.
Nunca sabemos por lo que alguien está pasando, ni cuándo nos veremos en una
situación parecida. Aunque, en ocasiones, no podamos evitar tener nuestros
prejuicios, deberíamos controlarlos y tratar de entender a la otra persona en
lugar de llegar a conclusiones precipitadas.
Error nº 1: Subestimar el CARÁCTER. Si hay una cosa que espero hacer bien con mis hijos es conseguir que tengan un buen CORAZÓN. El
carácter, la fibra moral y una brújula interna son los cimientos que forman la
base para un futuro feliz y saludable. Esto es más importante que cualquier
boletín de notas o que cualquier trofeo que ganen.
Nadie puede exigir un carácter concreto a sus hijos, y más teniendo en cuenta
que el carácter no significa mucho a la edad de 10 o de 15 años. Los niños a esa
edad se preocupan por las recompensas a corto plazo, pero nosotros, como padres,
conocemos mejor la historia. Sabemos que lo importante con 25, 30 o 40
años no es lo largo que lanzaste una vez un balón o si fuiste animadora, sino
cómo tratas a los demás y qué piensas de ti mismo. Si queremos fomentar
el carácter, la confianza, la fuerza y la resiliencia, tenemos que dejar que los
niños se enfrenten a las adversidades y que experimenten el orgullo que se
siente al salir reforzado de una situación difícil.
Es complicado ver a nuestros hijos caer, pero a veces es necesario. En
ocasiones, hay que preguntarse si intervenir se encuentra entre las mejores
opciones. Hay un millón de formas de amar a nuestros hijos, pero, a la hora de
buscar su felicidad, conviene ser conscientes de que a veces la pena a corto
plazo será recompensada con creces por los beneficios en el futuro.
Traducción de Marina Velasco Serrano
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